Bloque para el inocente

Ronronea el motor y las máquinas en el sitio de construcción, como todos los días, pues ahí me mandó a trabajar la tía Conchita desde hace un tiempo.

Y entonces, miré justo debajo de mí a ese gordo de asco.

Tenía en mis manos el bloque y lo usé. El gordo era muy lento, con su boca llena de comida, no fue nada difícil terminar con él.

Miré cómo el bloque aplastaba su cuerpo. Las entrañas se le salían. Pude ver sus intestinos que reventaban su piel, buscando alguna cavidad por dónde salir. Apareció su putrefacto interior y manchó el suelo.

Lo hice rápido, tampoco soy un sádico, quizá ni se dió cuenta de que murió.

La vida es cruel pero ellos fueron más crueles conmigo.

Nunca fui parte del equipo. Sus constantes burlas no las tolero. Tienen una forma de pensar tan diferente a la mía, no encajé. Nunca encajo.

Siempre me sorprendían por su forma de pensar tan extraña, pero esta vez me petrificaron.

Unos me miraron, por un instante, con el lánguido cadáver, inerte y postrado bajo el sol. Y los demás lo atravesaban y no hacían nada por él.

—Ya ponte a trabajar, Tomasito —me dijeron.

¿Qué les pasa? ¿No ven que aquí está muerto este ser que no se merecía esto? Y yo fui el culpable.

A nadie le importó. Siguieron con su faena. Yo me senté y contemplé el cuerpo, y me ponía a pensar en la efímera levedad de la vida.

Miré su pequeño cuerpo corpulento. Era negro, con muchos pelitos, una sombra de lo que era. Le ví la pancita roja y muchas patas que no quise contar. Decían que, a pesar de ser lento, podría quemar la piel; yo no me arriesgué, aunque sí pensé en echarmelo en la mano y comprobar que sí me picara. A veces me salen ronchas y no sé porqué.

Comments

Popular Posts