La Influenza Ataca: Día 1, Suspensión de clases

Venía por la calle y todos, bueno, casi todos, se me quedaban viendo, pasaba caminando por la calle rumbo a mi casa y todos, niños y grandes, mujeres e igualmente hombres, se me quedaban viendo como si fuera una especie diferente y nueva de homo-sapiens-sapiens, pensé “así ha de ser la vida de las mujeres atractivas cuando andan en la calle paseando para recibir atención”. Entré a una calle al dar vuelta en una esquina y una familia entera dejó su conversación por voltear a ver al joven con el cubre-bocas. “Al parecer me veo muy atractivo con un cubre-bocas, debería de ser enfermero” pensé. Las miradas de los conductores y conductoras, pilos y copilotos, transeúntes y transportados me volteaban a ver… pero con una mirada de admiración, entremezclada con preocupación por sus propias vías respiratorias.

Hoy se declaró que se suspenden las clases por motivo de que se está esparciendo por todo México y el mundo una pandemia de Influenza Porcina. De eso me enteré cuando entré a la clase en el Audiovisual de Comunicaciones Móviles, donde al parecer la maestra no le importaba de que las primeras señales del Apocalipsis se estaban cumpliendo, ella se preocupaba por el VoIP y los protocolos de Internet que faltaban por ver en la clase, no le importó que el fin se acerca. Don Heri, el técnico del almacén de la facultad, le está haciendo señas a la maestra de que es hora de evacuar. La maestra lo ignora y continua hablándonos de que esta pandemia podría bien ser una exageración de parte de los políticos y de los miembros del síndico de la región porque quieren también unirse al resto del país en sus vacaciones. Aquí en Baja California no se ha registrado algún caso de muerte por causa de este virus. Tal vez sea una exageración que hasta en nuestra Universidad se hayan suspendido las clases, pero por si las moscas, mejor que no haya. Igual seguiremos con el aprendizaje en esta materia, ya que nuestra maestra y nosotros vivimos en este mundo globalizado con nuestro Internet y correo electrónico con el que podemos seguir haciendo investigaciones y enviándolas en las fechas prescritas vía email. Deberíamos de preguntar a los políticos si también se transmite el virus vía correo electrónico. No vaya a ser.

El edificio de la facultad ya está abandonado, solo somos nosotros los que seguimos en el audiovisual. Todo el bullicio que estaba en el edificio se había desplazado al exterior. Entre esa multitud frenética y enloquecida, no por la pandemia, sino por el hecho de que se suspenderían las clases por casi dos semanas, estaba ahí una maestra con la que hago mi servicio social y con la que –según los planes, antes de que se anunciara el fin del mundo—tendríamos hoy una actividad con los chiquillos a los que les estamos ayudando en armar sus legos para una competencia de robotcillos, esta profesora podría demandar que nos quedaramos o algo, mejor ni me le acerqué… hasta creo que la vi estornudar y toser. Mejor que me regañe por correo.

Al ir rumbo al taxi, que me llevaría a la 5y10 para irme a casa, me topé con mi amiga Melodía, que había escapado del Centro de Cómputo y se dirigía al edificio de la facultad para ver si había sobrevivido alguien, solamente me encontró a mí. Nos fuimos, pero antes de salir del campus, tuve que hacer una parada en el baño, la cual fue la más rápida y la más cuidadosa que había hecho hasta ese momento… procuré no tocar puertas, manijas ni fluido alguno en ese lugar infestado de bichos malolientes que habitan típicamente en un baño de universidad, hasta ni me lavé las manos. Para ese momento la paranoia era demasiada y cuidaba mi espalda de todo transeúnte que me rodeaba. “¿Salud?” exclamé volteando con un rostro pálido a mi compañera de ingeniería, “¡yo no estornudé, es una palmera golpeándose por el viento, Chuy!” dijo Melodía.

Me esperaba que la parada del taxi para ir a la 5y10 estuviera llena de estudiantes psicóticos, pero al parecer la mayoría de las personas van al Centro, la ruta opuesta a esta. Nos subimos rápidamente y salió de inmediato el taxi, estabamos en el último asiento de la mini-van-taxi junto con una muchacha que no conocíamos. Melodía me platicaba del origen de la pandemia, que empezó en China y de alguna forma llegó a Oaxaca, donde se dio el primer caso de muerte por este virus y de ahí se esparció al DF. Noté que la muchacha desconocida se aspiraba las narices y de vez en vez tosía. Me arrastré el trasero para alejarme de ella.

Llegamos al final de la ruta del taxi y ahí en el área entre la 5y10 y las Brisas, buscamos una farmacía para ser parte de la nueva moda. Fuimos a una Simi-farmacía, que por suerte no era guardada por un Simi-botarga, desafortunadamente no habían Simi-cubre-bocas. Seguimos caminando por las banquetas del Bulevard Díaz Ordáz entre los vendedores de períodicos, limpiazapatos, iglesias, bares y billares, evitando ser arrollados por Calafias y demás conductores tijuanenses con vehículos igualmente grandes y oxidados. Estaba ventoso el clima, lo cual me preocupaba, recordé que había oído que este virus sobrevive mejor en la atmósfera que en el interior de un ser vivo. Pronto mi preocupación se disipó al ver un encabezado de un períodico “En Baja California no ha habido muerte por causa de Influenza”. Pero igual, vamos por el cubre-bocas, no vaya a ser.

Llegamos a una farmacia en donde todos por igual usaban el cubre-bocas. Pedí un cubre bocas a un boticario que estaba rodeado de muchachas boticarias. “¿Él es el que trae el virus, verda?” dijo el boticario de edad mayor dirigiéndose a mi compañera en tono vacilón. Fingí toser y dije “¡Déme el cubre-bocas!”. Estoy bastante seguro que las muchachas boticarias se rieron, lo habría notado mejor de no ser por el cubrebocas que escondía sus joviales rostros –que al menos así parecían.

Salimos de la farmacia, nos acomodamos nuestros cubre-bocas y me despedí de mi amiga con un saludo que inventamos en el cual no requiere de contacto físico alguno, es como limpiar una ventana imaginaria con un trapo –igualmente imaginario-- en moción lenta y circular. Yo decidí caminar, yo ya casi llegaba a mi casa, ella se fue a tomar el camión a Tecate, que la deja en la comunidad del Refugio (está casi llegando a Tecate, pero a ella no le gusta que confundan que vive en Tecate, ella es de Tijuana… según ella), yo me fui y en el trayecto me di cuenta de la atención que recibía. “Todos los días voy a usar cubre-bocas, o algo semejante” me dije. Aunque en ocasiones anteriores había usado bufanda, sé que no tiene el mismo efecto sobre las chicas… o el resto de la población, para ese caso. Súmese el hecho de ser de los primeros en usar cubrebocas a la psicosis provocada por los medios, es una fórmula segura para hacer que las cabezas giren en la calle. Garantizado.

Ahora estoy confinado dentro del perímetro de mi casa, no sé cuanto tiempo estaré aquí recluido, pero les continuaré informando, mientras tenga conexión al mundo externo, es decir, de Internet, les aseguro que estarán al tanto de mi vida desde esta burbuja. Y es así como empieza el día número uno de mi suspensión de clases por causa de la pandemia. A ver si me acuerdo de escribir más adelante, esperemos que no me distraiga con otra cosa.

Comments

  1. papii hueles a cubrebocas!!
    jajajajajaja

    ntk

    ta bueno shuy..me rei en algunas partes la forma de escribir como bn de novela (en libros obvio)

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