Dos faros en una isla

Este cuento es mi primer aportación a los Jueves de Relatos y la anfitriona de esta semana, Mag de su blog la trastienda del pecado, nos invita soñar despiertos.

Me cautiva aquella diminuta y abandonada isla que todos los días me acompaña a lo lejos. Hoy se ve tan clara que puedo alcanzar a notar el faro. Pero ahora veo un segundo faro a un lado; no sé qué fascinante efecto atmosférico causaría la proyección del doppelganger del faro pero nunca lo había visto. 

 

Quisiera visitar esa isla y mirar de cerca ese segundo faro que no pertenece a la realidad, así como tampoco nosotros dos nos pertenecemos. 

Quizá nos lleven en barco fantasma o simplemente nos despertemos en sus frías playas. Y con tan solo eso, la isla es toda nuestra para explorar y disfrutar. 

Te imagino, entre sus peñas, bajo el sol y con gafas negras —porque nunca pierdes el estilo—, escalando a mi lado, con tu rostro un poco consternado pero con ojos de asombro.

Con la cámara encuadro en el fondo la lejana civilización y, sobre las planicies que nos esperan, tu figura, la temática de todas mis fotos en las que nunca te hace falta posar. 

La isla nos llama para recorrerla y encontrar acantilados siniestros que solo tú podrías desencantar. Acaricias las piedras enormes incrustadas en el suelo y nos parecen como ruinas de castillos que nunca pudimos tener. 

Caminamos hasta los faros, abandonados para nuestro deleite en los que podemos jugar; corremos para ver quién llega a su respectiva cima primero y desde allá nos saludamos. 

Miramos las fronteras de la isla, abrazada por el mar que nos unió; pero lo mejor que pude divisar fue tu rostro. Tus cabellos ondeando por el viento, queriendo tapar tus ojos y tu mano sin permitirlo. Me alegro de que el viento nunca se llevó tu sonrisa.

Bajo de mi faro para encontrarme contigo, pero la neblina ya había aparecido y se llevó aquel espectro de edificio, y con este tu recuerdo.