Enterrando ídolos

A      s.d.g

Subí a la montaña para al fin poner en una lápida, escrita con estas mismas palabras, el pasado. Lo que me había creído que sería. Lo que me habían dicho mis ídolos. Ahí también los enterré. Una voz que me recorría la piel como el viento en ese instante en tales alturas, "mira para adelante,  no te aferres con lo que quedó atrás". Tal vez era una advertencia para tener cuidado de este vertiginoso monte. Era una tarde morada, un ocaso que se amerita en una situación como esta, una tarde en la que al fin me pudo diluir.

B

Subí para enterrar a mis ídolos, como para hacer un tipo de ceremonia, no para honrar su memoria, sino para borrarla de la mente, para dejar como monumento de que me puedo ir, que puedo dejar, y no volver más. Un monumento que puedo dejar como testigo de que hubo un cambio. 

El más imponente de ellos, la estatuilla que cargaba conmigo, una de las últimas a la que me aferraba, y que me encaminaban por donde quiera. Este se levantaba en la noche solitaria y me hablaba a mis oídos y en los momentos más impotentes. "No sirves, deja eso y busca la fama". El me había acompañado desde hace mucho tiempo, y estaba ahí para alejarme de los propósitos dados para mí desde antes de todo esto. Lo escuchaba desde hace mucho tiempo, me lo presentaron sin que lo aceptara, ahí estaba desde siempre, dado a mí desde que tengo recuerdo. 

Ahí inerte ese pedazo de madera, tirado en el suelo, entre el escombro se esconde, después de haber sido lanzado, puedo ver el valor que tiene. Ahí yace impotente ahora, sin esperanza. Ahora lo veo por lo que es. ¿De qué me sirve tu vana gloria? Sus máscaras también están ahi quebradas. También tu veneno con el que me contaminabas se ha evaporado entre la maleza. Te veo por lo que eres, aunque ya lo venía viendo de lejos.

Un hondo hoyo hasta que cubra cada una de piezas deformes, el sol te seque y haga mostrar lo que realmente eres, pero no es suficiente, te quebraré, ídolo de madera, hasta que no queden más de tus formas. Pedazos de madera trozados, astillas y aserrín sin forma. 

C

Me dio una máscara, me dio las herramientas y acomodó a las personas que se dejaban manejar como títeres por él. Me metió en su laberinto. Era estrecho, difícil de navegar y de respirar, aún ahí me alimentaba con la esperanza de salir. La luz que lo iluminaba era la luz que se veía de lejos en donde podía al fin ver riquezas y todo tipo de fama. Era muy ingenioso. Conocía mis generaciones y su corazón. En ese laberinto había otros que (también) se dejaban vislumbrar por dicha luz. Esa luz se alimentaba de un primer peldaño que había recordado atrás pero que había ignorado su nombre, recuerdo que cuando puse mi pie sobre él, se dejó despolvar una insignia que leía "Vanidad". Ese laberinto no estaba hecho para que yo lo recorriera, porque sus caminos requerían otras características que yo no poseía, y las herramientas que se me habían provisto eran falsas, mis capacidades podían emular los dones para manejarlos, pero nunca esas herramientas se ajustaron a mis manos, no habían sido hechas para mí. Todos parecían que lo recorrían más fácilmente, menos yo. Ese laberinto no era para mí. Ese laberinto también lo enterraré. Ese laberinto que me ahoga, que me tiene agarrado del cuello.

Este ídolo que heredé, de los altares grandes y majestuosos de este mundo, con su lustre, con las promesas de grandeza, me dejó llevar, haciéndome creer que yo también podría obtener sus riquezas. Pero qué pérdida de tiempo al navegar por su laberinto sin fin. No es para mí el recorrerlo. Mientras me dejaba ahogar por sus pasillos, siempre estaba ahí enorme, de la misma forma que la copia de la estatuilla, pero viendo sobre todos, allá arriba apuntando con su dedo condenador hacia abajo, "Vales lo que haces." decía con su boca chapada de piedra.

Me esforzaba por caminar entre sus paredes, estaba yo rodeado de piedras grandes que se me hacían muy altas, y habían otros caminos que no daban a ningún lugar, avanzaba y por un lado tenía precipicios que se alimentaban de hombres, y por el otro lanzas que se erigían desde el suelo como trampas para el descuidado. 

He ahí los hombres de acero con ojos de fuego, que se levantan sin miedo, caminando sin tambalearse y tumbando toda trampa como trapos, pasando tan velozmente que apenas puedo verlos, su corazón los guía para darle toda respuesta. Cuando los veo me asombro de su ingenio y fuerza, como quien se asombra de una maravilla antigua que se puede apreciar aún de lejos. Pero no estoy hecho como ellos, aunque quisiera. Para ellos este laberinto no era mas que la grieta de la banqueta que ellos recorren en un día soleado de campo. 


Dejo que se caiga estrepitosamente esa maqueta de cerámica pulida y se estrella entre las rocas junto con el resto de los trozos, un golpe con el tronco de madera que elevo desde atrás de mi espalda. ¿Qué más puedo hacer para hacer nuevos caminos? ¿Un cerillo? ¿Un encendedor? ¿Que no prende? No importa, traje combustible y sobre todo este desorden, que se corromperá aún más con fuego que arde, que purifica, que renueva, que olvida.

Enterrado y en fuego, te tapo hasta no dejar recuerdo ni figura en mi memoria, ni escuchar tus palabras, oh ídolos antiguos. Cubro cada parte del hueco con tierra nueva, oscura de su fertilidad, que te ahoga, y no deja un recuerdo de que alguna vez estuviste aquí. Sobre ese montón de tierra, coloco la lápida y termino de escribir sobre la lápida cada una de estas mismas palabras. Cada inciso "A,B,C,D,E" y su contenido. Sin que falte alguna letra.

E

Un atardecer en donde puedo diluir hasta este monte. Un atardecer en donde puedo aventarme a sus aguas. Sumergirme y salir como otro. 

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