Para aquellos que han alcanzado el final de los tiempos

    Cuando el reloj empieza a girar en sentido contrario porque ya no hay más tiempo; se agotaron las horas y los segundo que podrían seguir. Y ya lo que queremos ver no se encuentra en el alba sino en el atardecer de hace muchos ayeres. Balanceándose en la esquina de un tal vez.

     Palpita en mí una negación y rechazo del futuro: llena mi mochila de cassettes, VHS, y también un walkman. Solo deja que esa canción suene una vez más, hasta que se derrita la cinta y se pegue al carrete; en un bucle sin fin: deja que me ahogue en esa nostalgia, no tires el salvavidas por mí. Déjame ejercer ese ritual hasta llenar los pulmones de eso que me hace exhalar algún recuerdo.

    Creo que ese siempre fue mi verdadero talento desde pequeño, aunque no lo sabía; el de apreciar la luz tenue que pasa por la cortina dorada, el de saborear el sonido de la noche después de atardecer con tibieza y el de resonar con aquella canción que traspasa los sentimientos. Conjuros innatos que podían transportarme, tampoco sin saberlo, al final de los días. 

    Desde entonces ahí podía visitarlo, no solo yo, sino en compañía de todos ellos que hicieron su viaje con la misma canción. Llegamos a la última estación de camiones, se detuvo la cuenta de millas y cerraron las puertas; solo nos quedamos para conversar sobre aquellos caminos recorridos; ahí en el borde del tiempo.

    Y cuando te sorprenda aquel momento que llega fortuito, o si de manera atrevida, lo buscas intencionadamente; y felizmente, ahí en el parque, esperándote, ambos sentados en la misma banca: la nostalgia y la inspiración en silencio perdido; por favor ten cerca una pluma, anota todo lo que te digan; si es una canción: déjamela saber; si una historia: no me la ocultes. Tal vez ahí te encontraré también, en el final de los tiempos.    

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